* Mártires claretianos

 

El próximo 21 de octubre tendrá lugar en la basílica de la Sagrada Familia, Barcelona, la beatificación de 109 mártires claretianos. De estos, 33 están relacionados con Lleida por una u otra razón, la vida de los cuales damos a conocer a continuación.

A)    Claretianos que formaban la comunidad de Lleida.

1.     Albi Aguilar, Lluís

2.     Baixeras Berenguer, Miquel

3.     Busquet Llucià, Joan

4.     Codina Picassó, Frederic

5.     Dolcet Agustí, Àngel

6.     Garriga Pagès, Joan

7.     Lloses Trullols, Agustí

8.     Morell Cabiscol, Xavier

9.     Surribas Dot, Francesc Xavier

10.  Tamarit Pinyol, Artur

11.  Torres Nicolau, Manuel

B)    Claretianos nacidos en alguna población de la diócesis de Lleida.

1.     Bueria Biosca, Evarist

2.     Dolcet Agustí, Àngel (comunitat de Lleida)

3.     Ferrer Escolà, Josep

4.     Font Font, Manuel

5.     Jové Pach, Lluís

6.     Piñol Ricart, Gener

7.     Ros Nadal, Josep

8.     Tamarit Pinyol, Artur (comunitat de Lleida)

9.     Tamarit Pinyol, Remigi

10.  Torres Nicolau, Manuel (Comunitat de Lleida)

C)    Claretianos de la comunidad de Cervera que recibieron martirio en Lleida.

1.     Agorreta Zabaleta, Onésimo

2.     Amalrich Rasclosa, Amat

3.     Amargant Boada, Xavier

4.     Caball Juncà, Pere

5.     Casademont Vila, Josep Maria

6.     Casajús Alduán, Teófilo

7.     Cerdà Cantavella, Antonio

8.     Costa Prat, Amadeu

9.     Elcano Liberal, José

10.  Hortós Tura, Lluís

11.  Jové Bonet, Manuel

12.  López Cots, Senén

13.  Oscoz Arteta, Miguel

14.  Plana Rabugent, Lluís

15.  Vázquez Santos, Vicente

Situación política y persecución religiosa en Lérida

La ciudad de Lérida, situada al oeste de Cataluña, contaba con 39.000 habitantes en el año 1936. A pesar de ser población reducida  en número de habitantes, antes del estallido revolucionario y de  la persecución religiosa, existían bastantes partidos políticos como: Juventud Republicana (Esquerra Catalana), Partido Socialista Unificado de Cataluña, Radical Socialista, denominado Petera en esta capital, Comunista, Acción Catalana Republicana, Partido Socialista Español, Estat Catalá; y sindicales, P.O.U.M., C.N.T., F.A.I., U.G.T. y Unión de Rabasaires. También existían los partidos y asociaciones de tendencia derechista.

El principal de todos era Esquerra Republicana-Izquierda Republicana, que preparó la revolución de 1934 en Cataluña, con el resultado que se dijo al principio, pero la revolución quedó latente, porque al tomar medidas contra las revoltosos, se sintieron más animados a continuar su labor de propaganda revolucionaria. Cuando se convocaron las elecciones de febrero de 1936 se incorporaron al Frente Popular, que ganó las elecciones.

El clima social, el desorden y el incitamiento a los asesinatos quedaron impunes. La situación se hizo inquietante. Así lo describió el P. Miguel Baixeras, de la comunidad de Lérida, al volver de Barcelona después de la votación de febrero:

«El lunes salí para Lérida, ya se notaba un pánico tan grande y tanta afluencia de muchachotes forasteros que no sabiendo ir por la calle me volví a casa. Pronto fueron llegando noticias alarmistas  pero como la Guardia Civil tenía órdenes severas, no nos movimos de nuestra casa.

Desde entonces los ánimos se han ido calmando y ahora ya nos preocupan poco los  asaltos  de los revolucionarios, lo que nos preocupa es la Constitución que nos puede hacer la vida imposible.

Domingo (Marcelino) ya comienza con la enseñanza que será un golpe mortal para nosotros. De tejas abajo se ve muy negro pero estamos muy tranquilos porque sabemos que Dios no nos abandonará»[1].

Pero la calma no fue duradera, o fue aparente. Fue suficiente que llegara la ocasión propicia. El mismo P. Miguel Baixeras escribía el 17 de marzo a su hermano José:

«El Domingo pasado en Lérida los comunistas  querían hacer una degollina general y una quema de todos los barrios aristocráticos, pero la Guardia Civil fue rondando toda la noche con camiones blindados y ametralladoras y no se atrevieron a decir pío. No se ve a dónde iremos a parar».

Las fuerzas militares y de orden público, casi en su totalidad, se declararon favorables a la rebelión militar o Alzamiento Nacional. El día 19 de julio de 1936 se proclamó la ley marcial, pero no se alteró la normalidad ni tomaron las precauciones necesarias. Luego se tomó el acuerdo de prohibir el tráfico ferroviario. Así se llegó al 20 con todo bajo control y sin nada que hiciera temer una derrota, pero sin embargo el enemigo estaba dentro. El coronel del regimiento de infantería y comandante militar de la plaza, D. Rafael Sanz Gracia, se mostró pusilánime, falto de espíritu militar y entusiasmo y medio engañado o traicionado por el teniente coronel José Martínez Vallespí (izquierdista y masón), su compañero en la Academia, para que depusiera el estado de guerra, dimitió de  sus funciones. Acto seguido el teniente coronel Martínez Vallespí firmó un oficio con doble finalidad, primera para levantar el estado de guerra y segunda para informar a Barcelona del fracaso militar, izando la bandera republicana en el balcón y su discurso lo terminó gritando ¡Viva el comunismo!

Después de estas proclamas comenzó la persecución. Las sindicales socialistas, comunistas y anarquistas comenzaron la agitación y amenazas. El teniente coronel Martínez Vallespí completó la obra: licenció a las tropas y ordenó que se armara a los marxistas y empezó el tiroteo por las calles. Así se formó el ejército del pueblo.

Desde ese momento Lérida tomó el tono de ciudad roja. Grupos de milicianos y obreros armados, de día y de noche, entraron en los domicilios públicos y privados, practicaron saqueos, detenciones, sin cuento, y asesinatos por las calles y en las afueras, incendios. Empezó la constitución de comités, que ordenaron las detenciones y fusilamientos. Los comités estaban formados por los partidos y organizaciones de izquierdas. En los pueblos se organizaron de la misma manera que en la capital.

No es posible precisar de una manera exacta el número de asesinatos perpetrados por representantes del Frente Popular, pero se puede indicar que después de los religiosos, los asesinados han sido la clase media, militares de profesión, propietarios, comerciantes, industriales, personas con título universitario, empleados, agricultores y estudiantes, por su ideología, sus cargos o considerarlos desafectos al régimen dominante. La mayoría de los asesinatos fueron cometidos durante julio y agosto de 1936.

Los más responsables de los asesinatos fueron la FAI y el POUM, que actuaron de forma tenebrosa, sin formar proceso a las víctimas, los sacaban de sus domicilios por la noche y los mataban en sitios que dificultasen ser encontradas y, si es posible, hasta su identificación. El procedimiento de ejecución era el arma de fuego, la cremación, pero en algunos casos, el palo.

Muertes sonadas fueron la del comandante militar Sanz Gracia, poco después de tomar el mando su compañero de Academia Martínez Vallespí.

Con gran diferencia sufrieron martirio en mayor proporción los clérigos. Las personas y las cosas de la religión fueron objeto de especialísima persecución en Lérida. Los eclesiásticos asesinados dentro de los límites de la provincia fueron 290, empezando por el Obispo, D. Silvio Huix Mialpeix, el Vicario general, el Arcediano de la catedral, Profesores, Párrocos, Religiosos y Religiosas, Seminaristas. Algunos fueron objeto de gran crueldad.

En los primeros días revolucionarios los rojos quemaron el palacio episcopal y las iglesias de San Martín, San Lorenzo, San Pedro, del Carmen y de San Juan, dentro del casco urbano, y el 25 de agosto de 1936 Los Aguiluchos de Barcelona incendiaron la catedral.

Las iglesias de toda la provincia fueron saqueadas haciendo grandes hogueras con las imágenes, altares, cuadros, ropas y ornamentos sagrados. Igual suerte corrieron conventos, casas rectorales, etc. y archivos parroquiales.

La comunidad de Misioneros claretianos

La comunidad de los Misioneros claretianos de Lérida fue fundada en 1885 y desde entonces muchos Misioneros habían ejercido el ministerio apostólico tanto en la ciudad como en otros lugares cercanos y lejanos y habían dejado un gran recuerdo entre la gente.

En 1936 regentaban la iglesia de San Pablo. La comunidad estaba formada por los siguientes individuos:

1.     Frederic Codina Picassó, Superior

2.     Joan Busquet Llucià, cons. 1º[2]

3.     Agustí Lloses Trullols, ministro

4.     Manuel Torres Nicolau

5.     Miquel Baixeras Berenguer

6.     Lluís Albi Aguilar

7.     Artur Tamarit Pinyol

8.     Xavier Morell Cabiscol

9.     Joan Garriga Pagès

10.  Luis Grau Nasfré

11.  Mariano Bergua Ibáñez

A pesar del ambiente revuelto que se había creado después de las elecciones de febrero de  ese año, se sentían tranquilos y seguros. Así lo escribía el P. Miguel Baixeras a su familia poco después de las elecciones de febrero de 1936:

«Vosotros queréis saber qué hacemos por aquí en Lérida. Hasta ahora la tranquilidad es absoluta. Yo me compré un vestido de mecánico que desfigura mucho y apenas pasara alguna cosa saltaría a Cervera y con Juan iríamos a Castellterçol.

Los Franciscanos y Mercedarios desde el día de las elecciones duermen fuera del convento, pero  nosotros no nos hemos movido ni un instante de casa. Mientras los Guardias civiles tengan las órdenes que tienen ahora, no hay miedo. Ahora, el día que los Guardias civiles nos  digan que tienen órdenes de no moverse, entonces no nos quedaremos ni in instante más en el convento.

En el caso de que el asalto… Aunque seguramente no pasará nada. Yo tengo señalada para dormir las noches de peligro la casa de nuestro médico…

Y ¿el miedo? Nunca lo he tenido tan fresco. Lo que nosotros queremos es ir al cielo y yo creo que si nos matan, nos harán ir directamente, por el atajo más corto y se lo agradeceré mucho»[3].

Por esto no tomaron las precauciones necesarias, como los franciscanos y mercedarios, y cuando lo hicieron, ya era tarde. Todos los miembros de la comunidad sufrieron el martirio a excepción de los dos últimos. Pero hubo otros dos mártires que vinieron de otras casas, como el Hno. Angel Dolcet Agustí, de la casa de Vic, y el P. José Surribas Dot, de la casa de La Selva del Campo.

El día 18 de julio de 1936 la comunidad estaba de fiesta porque era el onomástico del P. Superior, a la cual fue invitado el Dr. Andrés Arrugaeta, médico militar, que comentó el levantamiento militar, que los Padres ya conocían desde primera hora de la mañana porque la esposa de un Guardia Civil fue a la sacristía a felicitar al P. Superior por su onomástico. Esto causó desasosiego, tanto que el Hno. Garriga, cocinero, dudaba de que pudieran comer el pollo que había preparado para la celebración. Por la tarde los PP. Codina y Lloses visitaron a una familia amiga, donde el P. Codina, con clarividencia, comentaba:

«Está la situación rematadamente mal y mañana veremos nuestras cabezas rodar por las calles».

Los días 19 y 20 se celebraron todas las Misas como de costumbre, pero a media mañana, por consejos de personas afectas a la comunidad ya se cerraron las puertas por precaución. Después el P. Superior ordenó que todos se vistieran de paisano y por la tarde dio consejo y libertad para que, quien tuviera miedo de permanecer en la comunidad buscase un refugio en las casas que se habían ofrecido. El único que salió fue el Hno. Grau.

Apresamiento

El día 21 casi todos celebraron Misa a primera hora, excepto el P. Baixeras y el P. Superior. A eso de las ocho estaba celebrando el P. Superior y hubo de suspenderla cuando llegaba al Evangelio, porque fue alarmado por una señora con golpes en la puerta de la sacristía que da al callejón S. Pablo. Esta señora, que había asistido a una de las primeras Misas, había oído en la calle que se anunciaba públicamente: Vamos a quemar San Pedro, y después la iglesia de San Pablo, la de los Misioneros claretianos. La Señora le dijo que se pusieran a salvo.

Entonces el P. Superior dijo:

¿Y a dónde iremos?

La Señora les dijo que fueran a su casa por la puerta trasera. Luego el P. Superior ordenó al P. Albi, que se encontraba en la sacristía:

Suba a los pisos y diga a todos que se vistan de paisano y vayan a la casa Jaques (calle de la Paloma, 18), que había ofrecido su casa como refugio.

Aunque parezca increíble llevaban encima la sotana y la faja y con su maletín y así «escaparon» a la calle. Salieron por la puerta trasera que da a la calle de Santo Domingo donde también tenía puerta trasera la casa ofrecida. En la casa se quitaron las sotanas y las fajas. El P. Lloses, ministro, antes de salir, le entregó unos sobres con dinero al Hno. Bergua, portero, que sería el último en salir para cerrar la puerta. El P. Lloses fue el último en llegar a la casa de la Sra Jaques, hacia las 9. Pero el Hno. Bergua antes de salir se encontró con el Hno. Garriga, que estaba preparando el desayuno y desconocía la orden de abandonar la casa. Al poco de salir este a la calle, le echaron el alto y lo llevaron directamente a la cárcel. Entonces el Hno. Bergua entró rápidamente en casa y cerró la puerta. Los de afuera gritaban:

¡Abrid la puerta o pegamos fuego!

El Hno. Bergua subió a la terraza para escapar y se encontró con unos disparos, que por fortuna no le alcanzaron. Se escondió como pudo, igualmente hizo con los sobres debajo de una teja, y pasando las de Caín, por la noche pudo escapar para contarlo.

A las nueve de la mañana, los milicianos llamaron a la puerta de la Sra Jaques con grandes gritos y golpes de culatas de fusil buscando a los Misioneros. Para dar tiempo a que se escondieran, la dueña contestaba que no abría porque tenía miedo. Cuando se dio cuenta de que los Padres ya no estaban en la habitación, abrió. Al entrar los milicianos la Señora les dijo que los Padres se habían ido por la otra puerta, y se fueron. Entonces los Padres subieron al piso segundo, casa de Dª Rosa Puig, donde todos de rodillas recibieron la bendición del P. Codina y subieron a la buhardilla. Pero los milicianos, habiéndoles dicho la gente que estaba en la calle, que por allí no habían salido los frailes, subieron de nuevo enfurecidos a hacer otro registro y fueron a la buhardilla, donde apresaron a todos los Padres, haciéndoles bajar las escaleras entre voces, gritos y empellones. Hicieron dos grupos. A los PP. Codina y Busquet los llevaron de nuevo al piso y preguntaron a la Señora si habían estado allí y a continuación al palacio de la Generalidad, donde funcionaba el Gobierno Rojo, y los demás fueron llevados directamente a la cárcel. Al Consultor Primero, P. Busquet, considerado inofensivo por su mucha edad  y bastante ceguera y evidentes achaques, lo dejaron libre y se acogió al último refugio de donde había salido.

El Hno. Grau el día 20 de julio se refugió en casa amiga y allí le detuvieron el 24 de ese mes y estuvo en la cárcel 6 meses por ser religioso, sin ser juzgado. Salió de la cárcel, al parecer, por intervención de un hermano suyo ante el Tribunal Popular de Barcelona. Un testigo excepcional para describir la vida de los mártires en la cárcel.

Los avatares de la revolución llevaron allá en fechas posteriores a varios Misioneros procedentes de otras casas, como el estudiante Marcelino Bertolín, de Selva del Campo; al Hno. Àngel Dolcet, de Vic, y al Hno. Hermenegildo Clotas, de Cervera.

Vida en la cárcel

La cárcel de Lérida tenía capacidad para 100, todo lo más 150 reclusos, y por aquellos días albergaba a 650 con todas las incomodidades que se pueden imaginar. Ni qué decir tiene que los milicianos también se encargaban de aumentar los sufrimientos de los recluidos con amenazas e incluso agresiones físicas, pinchándoles con las bayonetas. Después de la cena se cerraban las celdas y no se abrían ni para las necesidades fisiológicas más elementales. Pero con la noche se acentuaba también la piedad y los rezos, y muchos que habían llevado una vida cristiana de rutina descubrieron entonces la misericordia de Dios.

El departamento n. 7, sobre todo, llamado por los presos antesala de la muerte, porque en él estaban los condenados a la pena capital, constituyó en aquella cárcel un verdadero milagro: las estaciones del Via Crucis, pintadas como pudieron, cubrían sus paredes, que iluminaron y dieron fuerza a tantas personas los últimos días de su vida. En esa celda se pasaban el día rezando sin que les preocupara nada de la tierra. Según el oficial de prisiones D. Marcelino Sallán allí se cantaba y rezaba a todas las horas. Enpezaban a las 7 de la mañana con el Santo  Rosario y Comunión espiritual, a las 11 Santo Rosario y aceptación de la muerte; a las 12 Angelus y la Comunión espiritual; a las 3 Santo Rosario y aceptación de la muerte; a las 5 Oraciones y jaculatorias, Via Crucis, y novena del Padre Pignatelli; a las 6,30 Trisagio y Acto de contrición; a las 8 Santo Rosario, Comunión espiritual y aceptación de la muerte. Al oficial de prisiones muchos presos le confiaron sus pequeños escritos.

[1] Carta a sus padres, 1 de marzo de 1936.

[2] Ascendió a consultor 1º tras la marcha a Narbona del P. José Vilella, consultor 1º, porque con los acontecimientos no había dado tiempo.

[3] Carta a sus padres, 1 de marzo de 1936.


Grupo del P. Manuel JOVÉ

Desde 1888 hasta 1936 los Claretianos convirtieron la Antigua universidad de Cervera en foco de cultura y espiritualidad. Albergaba una numerosa comunidad con las tres secciones de 29 Padres, 51 Estudiantes y 26 Hermanos, a parte de la sección de Postulantes con unos 30 aspirantes menores de edad que cursaban Humanidades.

Mas Claret es una finca, situada a 7 kilómetros de Cervera, adquirida por la Comunidad Claretiana de Cervera en el año 1920 para atender las necesidades primarias de sus individuos, especialmente de los enfermos.

Cervera, Torà, Sant Ramon, Mas Claret, Montornés, Ciutadilla, Verdú, y Lleida son las principales estaciones del camino del Calvario del grupo de mártires capitaneados por el P. Manuel Jové Bonet.

Expulsión y dispersión

Cerca de las 4 de la tarde del día 21 de julio el Alcalde de Cervera conminó al Superior para que la Comunidad abandonara la Universidad antes de una hora.

En autobuses una gran mayoría de estudiantes, algunos hermanos, los postulantes y algunos Padres se dirigieron a Solsona. Pero en Torà, les cortaron el paso y hubieron de quedarse en el convento de Sant Ramón, en donde fueron atendidos fraternalmente por los Religiosos Mercedarios hasta el día 23. El día 22 se marcharon todos los Postulantes y algunos profesos. Y el día 23 todos los demás. Comenzó este día con la Misa. En ella dos estudiantes, Josep Casademont y Senén López, emitieron la profesión perpetua en manos del P. Joan Agustí y entre otros renovaron la profesión temporal Vicente Vázquez Santos y Amadeu Amalrich Rasclosa. Los cuatro morirían mártires el día 26.

Los expedicionarios se dirigieron al Mas Claret. El día 24, después del desayuno el Padre Felipe Calvo exhortó a todos a permanecer fieles a Cristo en medio de la persecución: todos los estudiantes ratificaron su juramento de fidelidad con un beso al Crucificado. Y se programó la dispersión en dos grupos. El primero compuesto por el P. Manuel Jové y 14 Estudiantes: 1. Onésimo Agorreta Zabaleta, 2. Amat Amalrich Rasclosa, 3. Xavier Amargant Boada, 4. Pere Caball Juncà, 5. Josep Mª Casademont Vila, 6. Teófilo Casajús Alduán, 7. Antonio Cerdà Cantavella, 8. Amadeu Costa Prat, 9. José Elcano Liberal. 10. Lluís Hortós Tura, 11. Senén López Cots, 12. Miguel Oscoz Arteta, 13. Lluís Plana Rabugent, 14. Vicente Vázquez Santos. El Padre Manuel Jové los guiaría a Vallbona de les Monges, su pueblo natal, distante como unos 25 kilómetros del Mas Claret. Se despidieron de los demás con un: “Adiós, hasta el cielo”. Un estudiante, Manuel Ramírez se despidió de Onésimo Agorreta con un contrato: El primero que llegara al cielo rogaría por la fidelidad del otro.

El grupo del P. Manuel Jové abandonó el Mas la tarde del día 24 y pasó la noche en Montornès, bien atendidos por varias familias del pueblo. El sábado, 25 de julio, de madrugada, se despidieron de ellas entregándoles una foto de grupo con este encargo: Guardad bien esta foto porque dentro de poco todos nosotros seremos mártires.

El grupo del P. Jové estaba distribuido así: Casademont y Elcano irían a Maldà. Amalrich y Oscoz a Sant Martí de Maldà. Caball, Casajús, Cerdà, Hortós a Rocafort. Agorreta, Amargant, Costa, López, Plana, Vázquez a Vallbona de les Monges.

Iban con una indumentaria muy extraña: unos con los pantalones cortos, otros con pantalones largos, unos en mangas de camisa, otros con chaqueta, o con ropa que quizá hacía cuatro o cinco años que no había salido del ropero. El P. Jové llevaba gafas. Pidieron agua a los payeses propietarios del bosque en donde descansaban y les preguntaron cuál era el mejor camino para llegar a Rocafort de Vallbona pasando por los llanos de la Bovera y evitando la carretera: Al llegar a la Cruz de Beneit Ramon, seguid el camino de la derecha. Pero en vez de seguir el camino de la derecha siguieron el de la izquierda, a la vista de Ciutadilla.

El P. Jové se adelantó hasta Rocafort, para preparar el hospedaje y los pases necesarios. Entre tanto los catorce estudiantes fueron detenidos. Al enterarse, le aconsejaron que huyera, pero él se negó rotundamente a marchar solo, diciendo que quería presentarse, porque así quizá lo matarían a él y podrían salvarse los estudiantes.

Los estudiantes marchaban de dos en dos a una distancia de unos cien metros. Pero el último grupo fue sorprendido a la vista de Ciutadilla y por ellos fueron detenidos los demás y llevados al pueblo.

Allí los 14 estudiantes y el P. Jové estuvieron presos casi 24 horas. La gente del pueblo se portó bien con los presos, llevándoles comida y ropa para dormir; incluso les ofrecieron un colchón y sábanas. Pero los milicianos procedentes de Lleida los sometieron desde las once de la noche del día 25 hasta las nueve o diez del día 26 a vejaciones, humillaciones y torturas de todo género.

Fue un terrible Calvario físico y moral en el Centro Socialista de Ciutadilla.

Los milicianos interrogaron a los misioneros de malas formas. El P. Jové estaba escribiendo su diario. Le preguntaron qué escribía. Como escribía en latín, lo tomaron como un insulto. A un estudiante le cogieron el rosario, lo arrojaron al suelo y le obligaron a pisarlo. Él dijo que prefería antes morir.

Al ver el Crucifijo del P. Jové, le preguntaron qué era: - Mi Dios y mi Señor. Los milicianos le mandaron que lo tirase al suelo. ¡Ni hablar! - Pues ahora te lo tragarás. Y metiéndole el Crucifijo en la boca se lo hundieron violentamente de un puñetazo, hiriéndole los labios con la hemorragia consiguiente. Siguió el martirio a bofetadas, puñetazos, etc. La dueña de la casa que había prestado las sábanas pudo verlas manchadas con mucha sangre.

Sobre las ocho de la mañana los quince Misioneros fueron llevados en camión hacia Lleida, atados de dos en dos por los brazos y las piernas. Precedían y seguían al camión sendos coches de milicianos.

Al llegar a Verdú se pararon en la plaza del pueblo durante dos o tres horas. Uno de los presos pidió agua para beber y algunos milicianos fueron a buscar un botijo a alguna casa de por allí. Pero otros milicianos decían: -Habiéndolos de matar pronto, no vale la pena preocuparse.

Luego continuaron el viaje por Tàrrega hasta Lleida. Al llegar a las puertas del cementerio, obligaron a los misioneros, atados como iban, a entrar. Algunos decían: Madre mía.

Había muchos milicianos. Al bajar el P. Jové, que fue de los últimos, dijo: -Nos matarán, pero morimos por Dios. ¡Viva Cristo Rey!

A uno de los jóvenes misioneros que dijo: Si hubiera sabido eso, habría escrito a mi casa, los milicianos le respondieron que había llegado tarde.

El P. Manuel Jové gritó por tres veces, durante el trayecto: ¡Viva Cristo Rey!

Al llegar al lugar de la ejecución, a unos cuarenta metros de la puerta del cementerio, los alinearon y desataron, Y les preguntaron si querían morir por Dios o por la República.

Todos a una gritaron: ¡Viva Cristo Rey!

Entonces sonó la descarga, hecha por una sección de milicianos, compuesta de quince o veinte.

Inmediatamente el jefe de la sección dio a cada uno el tiro de gracia.

Era el 26 de julio de 1936 sobre las dos de la tarde.

La actitud fue la de un fusilado. El uno caía de cara, otro de lado, otro de espalda.

El día del fusilamiento de los 15 claretianos estaba también presente otro testigo que aún detalla más aquellos momentos heroicos de los Mártires.

A la una de la tarde, se hallaba en el cementerio de Lleida, cuando vio llegar un camión que venía de la carretera de Barcelona, o de Cervera, cargado con quince individuos. Todos jóvenes, menos uno que ya era de edad, aunque no viejo. Los llevaban presos.

Antes de entrar en el cementerio les hicieron bajar y cuando entraron en el departamento de San José, de cuatro en cuatro, les dijeron que se fuesen a la pared. Iban atados de dos en dos. Desde la distancia de un centenar de metros dispararon a los cuatro primeros, a vista de los otros once. Después de estos cuatro mandaron a cuatro más, y después a cuatro más y el último de tres.

El chofer que los había llevado, los vio muertos o agonizantes. Habían sido fusilados, el día 26, sobre las dos de la tarde.

La muerte de los quince misioneros fue uno de los casos más comentados en Lleida por la firmeza con que supieron morir.