Oscoz Arteta, Miguel

Fechas
Nacimiento: 
12 de noviembre de 1912, en Artazu (Navarra)
Profesión religiosa: 
15 de agosto de 1930
Martirio: 
26 de julio de 1936, en Lleida

El 12 de noviembre de 1910, nacía Miguel en Artazu, pueblo situado en el corazón geográfico de Navarra, circunstancia que parece animar a sus gentes a ser viva expresión de las mejores virtudes de aquel antiguo “Reyno”. Ese mismo día, se añadió el gozo del nacimiento a la nueva vida de hijo de Dios por el bautismo. Y el 15 de junio de 1915, el de la Confirmación, de manos del Exmo. José López de Mendoza, obispo de Pamplona.

 Sus padres fueron León Oscoz Osés y Eugenia Arteta Esparza, que tuvieron once hijos, el primogénito de ellos Miguel.

El 1 de octubre de 1926, deja éste la casa paterna para entrar como claretiano en el postulantado de Alagón (Zaragoza). Años más tarde, otros dos hermanos suyos, Eugenio y Francisco, a quienes el mismo Miguel les animó a ser misioneros, seguirán fielmente su ejemplo, aunque sin llegar al martirio.

El verano de 1927, pasa a Cervera (Lleida) para continuar sus estudios. Y el 30 de junio de 1929, se traslada a Vic (Barcelona) para hacer el noviciado. Aquí se le impone el hábito el 14 de agosto, y emite la profesión el 15 de agosto de 1930. A los tres días, se traslada con sus compañeros a Solsona (Lleida) para dedicarse al estudio de la filosofía (refundida en dos cursos) y tener el primer curso de teología. El 30 de septiembre de 1933 vuelve a Cervera, pero no a continuar sus estudios sino a interrumpirlos durante un año por razón de enfermedad. Con el dolor de ver retrasarse un año la consecución de su ideal sacerdotal, tras este necesario descanso tenido en la finca “Mas Claret”, estudia segundo de teología en el curso 1934-35.

En noviembre de este 35, escribe ilusionado: “¡Dos años más y sacerdote!”. Pero la guerra se encargará de impedirlo.

De buen natural, sencillo y adaptable, era un magnífico compañero por su agradable trato y compañía. Gracias a su talento despejado, pudo superar en los estudios, en los que rindió bien, los condicionamientos que impuso su falta de salud. Pero fue en la música donde mostró más aptitudes. Alguna que otra composición señalaba ya al futuro maestro en el divino arte.

Su madre estuvo muy presente en la educación de los profundos valores donde asentó su vida. Miguel le escribe desde Cervera: “Aún recuerdo que varias veces nos dirigíamos a Vd. con esta o parecida frase: `¡Madre, ya verá cuando seamos mozos!´… y ya lo está viendo”.

¿Llegó a vivir el ideal del martirio? Este le llegaría, con sus otros 14 compañeros, en el cementerio de Lleida, el 26 de julio de 1936. Pero nueve meses antes, escribe también a su madre: “¡Ojalá tuviera Vd. la gloria de la honrosa madre de los Macabeos, ofreciendo, si no al martirio, sí al servicio de Dios a otros tantos hijos e hijas! De ningún modo mejor cumpliríamos todos el fin que Dios Nuestro Señor nos dio al traernos a este mundo. ¡Qué satisfecha puede estar Vd., así como el padre!”.

Esa carta tuvo a Dios por auténtico destinatario, vía materna. Y la Providencia quiso que se cumpliera en su adorada madre, no tanto por el servicio de Dios de sus tres hijos sino más bien por el martirio del mayor, la misma gloria de la madre de los Macabeos. ¡Heroicas madres de nuestros mártires, en la generosidad de su propio martirio incruento!