Padre nuestro, Señor de la vida,
haciéndonos eco del salmo te pedimos
que anhelemos aprender el camino de la vida.
El camino no es otro que Jesús;
por eso debemos invitarle y recibirlo
cada día como compañero de camino;
debemos abrirle el corazón para poder
escuchar y guardar su palabra,
incluso si nuestro modo de pensar
no coincide con el suyo.
Sobre todo debemos saber invitarle
a que se quede con nosotros
y aceptar cederle el lugar
de presidencia de la mesa, y que nos alimente
con el pan de la vida y la fraternidad.
Que deseemos, Padre, como tú deseas,
la felicidad de todos, y que
nuestra actitud de discípulos
de Jesús resucitado sea un signo indicativo
de cómo esta felicidad puede recibirse.
Hazla llegar a quienes más sufren
a causa de la enfermedad, la soledad,
los rompimientos familiares, el desempleo
o las injusticias humanas.
Que la esperanza que Jesús resucitado ofrece
nos mueva a hacer felices a los demás,
siendo capaces de compartir
todo lo que tú, Padre, nos das gratuitamente.