Señor Jesús, nos gustaría tener
aquella fe entusiasta y llena de esperanza
de quienes te recibían con gritos de alegría
cuando llegaste a Jerusalén.
Y la fe austera de aquellos soldados
que te vieron morir solo y humillado,
pero con una dignidad que jamás ha tenido
ninguno de los poderosos de este mundo.
Queremos darte gracias, Señor Jesús,
porque has aceptado el riesgo que supone
la vida de cualquier persona humana:
ser traicionado, o condenado injustamente,
o abandonado por los más íntimos…
Y tú has vivido estas situaciones
sin dejar de amar, de perdonar,
sin dejarte manchar por el mal del mundo.
Has rechazado del todo y para siempre,
para ti y para los que queremos ser tuyos,
el uso de cualquier tipo de violencia.
Ayúdanos a entender qué significa
creer en ti y seguirte como discípulos;
ayúdanos a no quedarnos dormidos ante
la situación del mundo o de la Iglesia,
ni a dormirnos en nuestra mediocridad.
Que tu palabra y tu mirada
tengan la fuerza de despertarnos
y de ayudarnos a creer con hechos y de verdad
que tu camino y tu vida
son los que hacen posible un mundo nuevo
y una existencia más humana.