Señor, líbranos
del engaño de las riquezas.
Nos fascinan, nos deslumbran,
nos dejan boquiabiertos,
pero nos impiden ver la realidad:
que hay dolor en el mundo
y que nosotros podemos remediarlo.
Nuestro bienestar nos oculta
la indigencia que padecen tantos hijos tuyos.
Las hermosas canciones
silencian su clamor.
Nos olvidamos de invitarles
a nuestros banquetes,
de compartir con ellos lo que hemos recibido.
Pero, a menudo, preferimos vivir
bajo los efectos de este espejismo,
porque nos da miedo reconocer nuestra debilidad;
que nosotros, por muy bien vestidos que vayamos,
seguimos siendo seres indigentes,
necesitados de salvación.
Los bienes que hemos recibido
no nos aportan
el consuelo que necesitamos.
En cambio Tú eres un Dios
que hace justicia a los oprimidos,
que cuida de los débiles,
que cura a los vulnerables,
que libera a los atribulados.
Gracias por ser un Dios de salvación,
por advertirnos de las trampas
de las riquezas
y mostrarnos el camino de la solidaridad
y de la justicia.