Dios y Padre nuestro,
la carta de Pablo y de sus compañeros
que hemos escuchado
invita a dar gracias
y a acordarnos de los demás
en la oración de cada día.
Por eso te agradecemos
por nuestra comunidad
y por cuantos formamos parte de ella:
niños y adolescentes de la catequesis,
jóvenes y familias,
personas mayores,
creyentes reunidos
en asociaciones o movimientos;
enfermos o discapacitados…
Gracias porque a todos
la fe es lo que da sentido a nuestra vida
y, sea cual sea nuestra situación,
siempre podemos hacer el bien a los demás.
Gracias porque nos reconocemos hijos e hijas
en la gran familia en que tú eres el Padre
y en la que aprendemos a convivir
y a tratarnos con verdadera fraternidad,
convencidos de que la Iglesia
es nuestra casa y hogar.
Gracias porque la esperanza que nos ofreces
nos ayuda a no desanimarnos
en momentos o situaciones difíciles.
Gracias por poder ayudar
y recibir tantas veces la ayuda
de los demás hermanos y hermanas,
signo de tu amor que jamás nos abandona.
Abre nuestro corazón y nuestras manos
a las necesidades de nuestros hermanos:
a los que sufren por falta de salud,
de empleo o de amor,
a los que no han descubierto por qué viven,
y a los que pasan por el mundo
aprovechándose y maltratando a los demás.
Te pedimos, Padre, que sepamos aprender
de cuanto hay de positivo en las personas;
que la fe y la presencia del Espíritu
que habita en nuestros corazones
sea la fuerza que transforme
el mundo que nos has confiado.