Gracias, Señor,
porque a pesar de que no necesitabas nacer,
quieres compartir camino con nosotros,
y te acercas desde la palabra y la vida.
Gracias por ser la luz que rompe
con todas nuestras oscuridades
y nos empuja a seguir andando.
Gracias por ser palabra de salvación
ante nuestras debilidades,
limitaciones y miedos.
Gracias porque despiertas los rincones
más dormidos de nuestra conciencia
y, con el llanto de un niño, nos recuerdas
que estamos llamados a no dejar de ser niños.
Hemos entendido que para encontrar el pesebre
debeos salir de nuestras circunstancias
y del «yo» egoísta que nos enturbia la mirada
y nos impide reconocer el camino
que nos lleva a Ti.
Que cuando te reconozcamos ante nosotros,
aprendamos a contemplarte.
Que no temamos el silencio lleno de tu presencia,
y vivamos abiertos a la sorpresa
de tu palabra en nuestras vidas.
Que nos conmueva la pobreza que vemos
a nuestro alrededor,
sea cual sea su manifestación,
y toque nuestro corazón
para que podamos retomar el camino
con un nuevo compromiso
de servicio y entrega generosa.
Que aprendamos a poner la mirada y el acento
en lo que es verdaderamente importante.
Enséñanos a verte en cada rostro,
a descubrirte en cada recodo del camino.
No permitas que se nos endurezca el corazón.
Que celebremos cada encuentro,
porque en cada uno de ellos
celebramos Navidad.