Gracias, Señor,
porque siempre buscas para nosotros
lugares de revelación, espacios de encuentro.
Te quieres hacer cercano,
pero se requiere una mirada hacia el cielo,
y la voluntad de que el encuentro se lleve a cabo.
Tú no sabes de ruidos, no quieres espectáculos
ni montajes artificiales,
sino que te manifiestas
en la cotidianidad de las cosas pequeñas,
en el viento suave que nos golpea el rostro,
en la sonrisa de los niños
y en las manos gastadas
de quien atesora la experiencia de la vida.
Gracias, porque sabes esperarnos,
a pesar de que vamos agobiados
por nuestros asuntos,
urgencias, preocupaciones y dudas…
y no somos capaces de advertir
tu presencia cercana
ni de entender lo que vivimos;
no te escuchamos.
Necesitamos espacios de retiro,
alejados de las multitudes,
espacios de silencio para orar.
Necesitamos aprender, como María,
a guardar en el corazón
los sentimientos, las vivencias,
así como las preguntas y las dudas.
Necesitamos tiempo de espera,
confianza y entendimiento del corazón.
En una sociedad como la nuestra,
donde todo se vive a gran velocidad
y donde no estamos educados en la espera,
necesitamos confiar plenamente
en un tiempo, Señor,
tiempo que ritma tu corazón de Padre
y que no se corresponde
con nuestro ritmo acelerado de vida.
Gracias porque siempre sales
a nuestro encuentro, Señor.