Señor Jesús,
en cada Pascua subías a Jerusalén:
nosotros, durante toda la Cuaresma
e incluso toda la vida,
nos preparamos para celebrar
tu Pascua y nuestra Pascua:
la liberación del mal,
del egoísmo y de la muerte,
gracias a la fuerza del amor del Padre
que Tú has vivido en plenitud
y nos das a conocer.
Que nuestra fe, Señor Jesús,
se centre en ti, y que no seamos
como aquellos en quien no podías confiar.
Ayúdanos a saber valorar
la dignidad de cada persona,
y a no profanarla jamás
por ningún tipo de explotación o desprecio;
que cada mujer y hombre lleguen a vivir
como imágenes vivas de Dios
y templo donde Él habita.
Que, como a ti, Señor,
también nos abrase el celo
por los que son templo de Dios
y sepamos dedicar nuestra existencia
a hacer el bien,
poniendo el máximo interés
en evitar la degradación
de la dignidad de las personas.
Te pedimos especialmente, Señor Jesús,
por todos los que tienen la vida destruida
a causa de la violencia
o explotación económica o sexual:
que lleguen a descubrir su dignidad
y encuentren quien les ayude a vivirla.
Y te pedimos también
por los que destruyen
la dignidad de los demás
y por los que demasiadas veces
permanecemos indiferentes
ante estas situaciones.