¡Señor Jesús! Qué manera más excelente
de mostrarnos lo que somos como cristianos,
como discípulos tuyos:
somos sal, somos luz.
Dos realidades que solo tienen sentido
en función de los demás, del mundo:
dar sabor, iluminar.
Y si podemos hacerlo es gracias a ti, a tu amor,
a tu perdón, a tu alegría, a tu esperanza.
Pero en la medida en que permanezcamos
unidos a ti,
nos empapamos de esas cosas buenas
y no podemos dejar de irradiarlas
dando sabor, aportando luz.
Si dejamos de ser sal, significa
que hemos roto nuestra unión contigo,
como el sarmiento se separa de la cepa,
y no servimos para nada.
Si dejamos de ser luz,
significa que nos hemos apartado
del brillo de tu mirada
y nos hemos vuelto opacos, tenebrosos.
Y de hecho, Señor, debemos pedirte perdón
por las veces que por miedo
o por una falsa humildad
hemos escondido lo que somos
y debemos ser al servicio de la humanidad,
por las veces que nos mostramos
ante los demás como personas anodinas,
insulsas, mediocres,
que no tienen nada que aportar.
Haznos sentir la alegría de exudar la luz
y la sal de tu presencia, de tu mensaje.
Que la gente, al ver nuestras buenas obras,
alaben al Padre del cielo.