Tu amor, Jesús, jamás nos abandona.
Tu amor viene de lejos, de siempre,
porque es el Padre quien te ha enviado,
teniendo piedad de nosotros,
para salvación nuestra y de todos.
Has llevado a cabo tu obra,
amando hasta morir,
y, ahora, resucitado, nos concedes
el don de tu paz,
el don de tu Espíritu,
el perdón de los pecados.
Tienes compasión de la poca fe,
de la incredulidad de Tomás y de los demás.
Y los visitas de nuevo al cabo de ocho días,
para que, domingo a domingo,
recordando este hecho nos volvamos a reunir,
y, alimentados con tu Cuerpo y tu Sangre,
te reconozcamos, todos y cada uno,
como Señor
y como Dios de misericordia.