Gracias, Señor, por llamarnos a ser amigos tuyos.
Una amistad que transforma,
nos enseña a vivir en plenitud,
nos orienta por los caminos del amor,
nos infunde esperanza.
Gracias por mostrarnos,
a través de Jesús, tu rostro,
por invitarnos a la fiesta de la vida,
a subir a la montaña santa,
donde parece que te escondes,
pero, en realidad, te quieres manifestar
en la discreción de la intimidad.
Gracias por compartir tu santidad con nosotros,
por querer hacernos santos como Tú eres santo,
a imagen tuya,
a semejanza tuya.
Para esto nos creaste,
para esto enviaste a tu Hijo.
Gracias por todos los santos y santas
que ya contemplan tu rostro
después de franquear las puertas de la muerte.
Gracias por su testimonio,
por su ejemplo,
por enseñarnos a acoger la santidad
como un regalo tuyo
que nos convierte en imágenes vivas de tu amor.