Gracias, Señor, por haber pensado en nosotros
antes que nadie.
Estamos tranquilos
porque nos conoces de verdad.
Contigo no sirve disimular,
no podemos engañarte,
sabes cómo somos y nos amas.
No te escandalizas de nuestras pobrezas,
más bien al contrario,
te compadeces y nos quieres curar.
Por eso nos has enviado a tu Hijo,
y también a san Juan Bautista,
para que nos enseñara a escucharlo.
Tú nos formaste en el seno de la madre,
nos tejiste dentro de sus entrañas,
para darnos una misión,
para que nuestra existencia tenga un propósito.
Quieres que te sirvamos,
y eso es un honor inmerecido.
Quieres que nuestra vida
sea útil para tus planes.
Porque solo cuando nos damos cuenta
de que hemos sido creados
para realizar una misión
y nos ponemos a tu servicio para desempeñarla,
somos plenamente felices
y nos convertimos en el resplandor de tu luz.