Señor, gracias por fiarte de nosotros,
pero haznos dignos de esta confianza.
No estamos acostumbrados
a que los demás se fíen.
Vivimos en un mundo de desconfianzas,
de recelos, sospechas y reticencias.
Y nos sorprende que Tú nos tengas confianza.
Somos tan necios que, cuando engañamos,
nos creemos listos;
cuando sacamos un provecho sin ningún esfuerzo,
creemos que somos astutos;
cuando nos aprovechamos de otro,
lo acusamos de ser incauto.
En cambio, Tú levantas al desvalido,
proteges al vulnerable,
tienes predilección por el pobre,
te pones al lado de la víctima.
Nuestro orgullo no nos permite
mirar fijamente nuestra precariedad.
Nos escondemos, nos disfrazamos,
para aparentar que somos fuertes y autosuficientes.
Queremos hacer ver que no te necesitamos.
Nos incomodan los débiles
porque nos recuerdan nuestras carencias.
En cambio, cuando reconocemos quienes somos
nos damos cuenta de tu amor,
entendemos que te fías de nosotros
simplemente porque nos amas de verdad.