Gracias, Señor,
porque tu amor
no sabe de estadísticas ni clasificaciones,
y tus cálculos nada tienen que ver
con nuestras cuentas.
Hoy nos hablas de una puerta de acceso
a tu Reino de Amor,
y nos damos cuenta de que en la vida
encontramos muchas falsas puertas
que nos engañan con palabras,
que hablan de falsas felicidades,
de fáciles éxitos y reconocimientos
tan de moda.
Por eso muchas veces
ni prestamos atención
al hecho de que tu puerta
es pequeña, sencilla, discreta y estrecha,
sin luces deslumbrantes,
ni carteles que auguren felicidades caducas,
sino que permanece silenciosa
a la espera de nuestra búsqueda,
y de nuestro deseo sincero de entrar.
Señor, bastante sabes
que no estamos acostumbrados
a esperas largas,
sino que lo queremos todo rápido e inmediato.
Así nos ocurre que a menudo perdemos el gusto,
y todo nos deja un sabor caduco, vano.
Concédenos, Señor,
la valentía de saber permanecer
como el vigía, atentos a tu voz,
atentos a tu paso
y que en esta espera
vayamos configurando un corazón sencillo.
Que nunca olvidemos, Señor,
que, en realidad,
lo que nos espera
desde siempre
es tu amor incondicional y fiel
por nosotros.