Señor, líbranos
de las cadenas de la vanidad.
Es un ídolo insaciable
que nos quita el aliento.
Nunca le basta,
nos exige cada vez más,
nos agota,
no nos deja descansar.
Nos ofrece una satisfacción efímera
a cambio de renunciar a la felicidad.
Líbranos de su esclavitud,
porque nos hace desconfiar de los demás,
nos los presenta como nuestros enemigos,
competidores siempre dispuestos
a arrebatarnos lo que tenemos,
sobre todo el prestigio y el buen nombre.
Cúranos de la vanidad,
porque enturbia nuestra relación contigo,
distorsiona tu rostro,
nos hace dudar de tu amor.
Danos sabiduría del corazón,
que arraigue en nosotros la convicción
que sólo Tú puedes saciar nuestros anhelos.
Queremos renunciar a venenos
que nos prometen la vida,
pero que en realidad nos la roban.
Queremos volver a nacer,
ser hombres y mujeres nuevos,
ser imágenes tuyas
para que Cristo lo sea todo en nosotros
y en todos.