Gracias porque con tu forma
de estar con los demás, podemos entender
que no es tan importante
la actividad de servicio en sí,
sino la actitud de fondo
con la que la realizamos.
Perdona nuestras impaciencias
cuando queremos tenerlo todo controlado,
con soluciones rápidas.
A veces somos consumidores sin descanso
de necesidades equivocadas,
y corremos el peligro de llenar nuestros vacíos
con activismos que no pueden suplir
la grandeza de encontrarnos contigo
y con los demás.
Ayúdanos a decelerar ritmos,
a agudizar la acogida y la escucha
y a aprender a ser pacientes en la acción.
En esta era del ruido,
en la que el silencio se ha convertido en lujo,
que no olvidemos de fomentar la interioridad.
Que no quedemos embriagados por un activismo
que nos haga creer que todo lo podemos,
sino que busquemos la coherencia
entre lo que sentimos y lo que hacemos.
Enséñanos a priorizar con sentido común
a qué y a quién dedicamos nuestro tiempo.
Que tangamos siempre como trasfondo
tu palabra,
que nos recuerda que siempre
lo más importante son las personas.
Que no quedemos abrumados
y devorados por la velocidad,
sino que quedemos atentos a tu paso
en nuestras vidas.
Gracias, Señor, porque hoy
también vienes a nuestra casa.
Quizás no lo tenemos todo listo para recibirte,
pero estamos contentos de acogerte.
Que, como María, te ofrezcamos
toda nuestra atención.