Señor Jesús, nos ponemos hoy ante ti
en actitud de agradecimiento y de silencio;
agradecimiento porque es lo que sale del corazón
al darnos cuenta de que somos amados
y hasta dónde llega el amor que ofreces;
silencio porque tu generosidad supera
lo que haríamos nosotros por nuestros hermanos.
Que de nuestro silencio de adoración y gratitud
brote un deseo cada vez mayor
de ser discípulos tuyos más fieles,
de ponernos al servicio de los demás
como tú cuando lavabas los pies.
Como tú, Señor Jesús, queremos amar al mundo,
pero a veces nos da miedo
porque lo vemos lleno de guerras,
de injusticias, de violaciones de los derechos
y la dignidad de las personas.
No acabamos de creernos
que únicamente el amor y el servicio,
como tú propones, lo puedan cambiar.
Haz que comprendamos
y pongamos en práctica lo que tú hiciste
y nos dejaste como herencia.
Que la Iglesia que celebra la Eucaristía
sea también la comunidad que se distingue
por el servicio, por ser portadora de esperanza,
por el compromiso por la paz
y la defensa de la vida y la dignidad de todos.
Que quienes cada día nos alimentamos de ti
aprendamos a dar, como tú, la vida.