Gracias, Señor, por enviar mensajeros
que nos anuncian tu paso entre nosotros.
Gracias por las personas
que han sido ungidas por tu Espíritu
y nos ayudan a reconocer tu Presencia
en nuestra historia.
Gracias por la gente que vive atenta a tu venida,
que velan esperando
un signo de tu proximidad.
Gracias porque nos invitan
a estar al acecho,
a no desfallecer,
a no perder la esperanza,
a no distraernos,
a fijarnos en lo que importa
aunque se presente revestido de cotidianidad.
Gracias, María, por tu humildad,
por ser dócil al Espíritu
y, al mismo tiempo, ser leal con la tradición recibida.
Por saber encontrar el rastro del Dios vivo
en la sabiduría heredada.
Gracias, Simeón y Ana, por vuestra fidelidad,
por estar abiertos al Espíritu
y por enseñarnos a reconocer la salvación
escondida en el corazón de un niño.