Gracias, Señor, por el testimonio de tus apóstoles,
gracias porque se dejaron conducir por tu Espíritu,
porque se dejaron transformar,
y, pese a ser personas normales y corrientes,
se han convertido en testigos firmes de tu venida.
Ningún hombre de carne y sangre
les reveló quien eras.
Fue el Padre del cielo que les concedió este privilegio,
dado que les tenía preparada una gran misión.
Gracias porque, a pesar de sus debilidades y contradicciones,
ofrecieron su vida como una libación
derramada sobre el altar del cielo,
pero también sobre el de su historia concreta.
A pesar de las dificultades que tuvieron que afrontar,
salieron victoriosos
y el Evangelio ha perdurado a lo largo de los siglos.
Gracias por san Pedro,
la roca firme
sobre la que has edificado tu Iglesia.
Gracias por san Pablo,
portador de la luz
que ilumina todos los pueblos
y se revela a todas las naciones.
Gracias por confiar en los seres humanos
para llevar a cabo tus designios
sobre toda la creación.