Señor, hemos vuelto a la iglesia,
nuestra casa comunitaria, donde nos reunimos.
Nos gustan las iglesias,
son un punto de referencia
cuando encontramos una, tal vez viajando,
en valles o montañas, o en la ciudad,
de estilo antiguo, románico, o quizás moderno.
Una iglesia pequeña, mediana o grande,
invita a tu pueblo a reunirse;
y a visitarla para la plegaria personal:
es espacio de silencio sagrado, la casa del Padre,
el santuario donde Dios habita.
Un lugar que, si se profana -por otros intereses-,
deberá ser purificado, como tú hiciste
en el Templo de Jerusalén, expulsando
a los vendedores y a los cambistas.
Ahora nuestros templos son únicamente el signo
de ti mismo, Jesucristo, en quien Dios habita
verdaderamente.
De tu cuerpo resucitado, levantado en tres días.
De tu cuerpo místico, la Iglesia de piedras vivas.
De cada creyente en ti, que lleva en sí el Espíritu.