Nos propones, Jesús, que seamos valientes,
mostrándonos que si creemos en ti,
que eres verdaderamente amo y señor,
no tenemos por qué temer a nadie:
ni las denuncias, ni los tribunales;
ni la gentuza, ni las autoridades.
Aunque nos condenen, aunque nos maten,
llegará el día en que la verdad resplandecerá.
El Evangelio vivido
jamás podrá permanecer en secreto.
Por eso nos animas a ser sus testigos,
decididos y esperanzados.
Testigos sin miedo,
testigos de cada día, que no destacan,
testigos, si es preciso, en circunstancias heroicas.
Testigos de la luz y a plena luz,
testigos en cuerpo y alma, convencidos,
porque lo que de veras importa no es esta vida que pasa,
que cae como cae el cabello o un pájaro herido,
sino la vida eterna que el Padre nos ha reservado.