Gracias, Señor, porque elegiste Belén Efrata,
un pueblo demasiado pequeño para figurar
entre las familias de Judá.
En cambio, de allí surgió el que había de regir Israel.
Gracias porque escogiste una joven,
de un pueblo de Galilea,
para llevar a cabo la mayor de las historias.
Gracias porque no nos reclamas
sacrificios ni ofrendas,
no exiges el holocausto ni la expiación.
Pides una actitud sencilla:
“Vengo a hacer tu voluntad”.
Quieres que renunciemos al protagonismo,
al espejismo de imaginarnos fuertes
y capaces de todo.
Cuando nos damos cuenta de las obras
que puedes realizar con nuestra debilidad
si nos dejamos hacer,
saltamos de entusiasmo.
No recae sobre nuestros hombros
el peso de lo que tiene que ocurrir.
Tenemos la responsabilidad de decirte sí hoy,
de aceptar tus designios,
de confiar y asumir la misión de colaborar contigo,
de ser instrumentos de tu amor.
Así, podemos estar gozosos,
podemos celebrar que estás con nosotros.