Hoy sigues invitando a seguirte, Señor,
y no deja de maravillarnos la delicada relación
que estableces con cada uno de nosotros
ante la invitación
a seguir construyendo contigo el reino.
Artesano de relaciones humanas, nos conoces
y nos tratas de manera personalizada
al ritmo y necesidad de nuestras vidas.
Gracias porque contigo, solo contigo,
nos damos cuenta de que presentarnos
tal como somos
puede encogernos el corazón
y hacernos creer que no somos dignos.
Así como lo sintió Simón Pedro
cuando se vio con la barca llena de peces
y se reconoció pecador ante tu grandeza.
Pero al reconocernos de verdad
aprenderemos a amarnos y seremos capaces
de conocer y amar a los demás.
Esta es la vocación a la que nos llamas.
No nos ahorra el esfuerzo de lidiar con las redes,
pero es promesa de una alegría
profunda y compartida
que nos cambia la mirada y transforma la vida
en una más humana y digna.
Aquí estamos, Señor, pecadores, quizás indignos,
pero con el corazón abrasado por tu palabra,
con las manos abiertas,
porque con nuestra entrega y en comunidad,
entre todos construimos tu reino.