Gracias, Señor,
porque permaneces siempre con nosotros,
en el corazón de cada persona, en cada vivencia,
en cada decisión, en cada abrazo.
Gracias porque no es un viaje,
sino una peregrinación compartida
contigo.
Gracias porque es en el silencio del desierto
donde aprendemos
que tu palabra es nuestro norte
que nos orienta, guía y ayuda a ubicarnos
cuando nos perdemos
o no sabemos cómo avanzar.
Sentimos la fuerza que nos empuja cuando nos quedamos
a tu lado.
Gracias porque en el mapa de nuestra ruta
nada es definitivo,
el terreno cambia, el paisaje se va transformando
en uno nuevo, más desafiante y bello
cuando sentimos que la mirada se renueva
contigo.
Gracias porque nos haces responsables
de la vida
en cada paso que nos lleva al siguiente.
Hay que aprender a leer los signos
para reconocer el mensaje escondido
en la realidad
contigo.
Gracias porque nos recuerdas
que tenemos que dejarnos de apariencias,
entrar en los rincones de nuestros corazones,
de nuestros secretos, y encaminarnos hacia Ti,
dejando nuestras seguridades,
haciéndonos vulnerables,
para poder encontrarnos
contigo.
Gracias por el tiempo de Cuaresma;
un tiempo de entrenamiento
para pedir el pan de cada día,
aprender a vivir a tu ritmo
y alimentar nuestra confianza.
Que anhelemos siempre la esperanza
de lo que parece imposible.
Que sepamos vivir con el corazón en vela
contigo.