Dios nuestro, te damos gracias
porque no has querido quedarte en las alturas,
sino que has venido al encuentro de la humanidad
a quien tanto amas y quieres que sea feliz.
Te damos gracias porque Jesús, tu Hijo,
se ha hecho nuestro hermano y porque en él
toda la humanidad es también familia tuya.
Él también nos ha dado a conocer tu rostro
de Padre misericordioso, cuya alegría es
amar sin medida y acoger en su casa
a cada uno de sus hijos e hijas.
Te damos gracias porque el mismo Espíritu que
llenaba el corazón de Jesús está en nosotros,
habita en cada ser humano y llena el universo
haciéndonos buscar la paz y la fraternidad.
Te damos gracias porque nos haces comprender
que salir de nosotros mismos nos hace bien,
nos dignifica y nos hace crecer como personas
y cuanto más capaces somos de entregarnos,
más abiertos estamos a recibir tu amor.
Haz que, como Moisés, sepamos cada mañana
“subir al monte” para escucharte,
para estar contigo, y llevar a nuestros hermanos
la alegría de haberte encontrado y
los horizontes que abres a nuestra existencia.
Que, como Nicodemo, sepamos buscar a Jesús,
aunque sea de noche en nuestro interior,
para que él ilumine nuestro camino.
No permitas que nos condenemos nosotros mismos
a una vida triste o sin esperanza,
fruto de prescindir de ti y de encerrarnos
en nuestro egoísmo estéril.