Domingo IV de Adviento

Cicle: 
C
Temps: 
Advent
Domingo, 23 Diciembre 2018
P. Josep Vilarrubias Codina, cmf

María, con el anuncio del Ángel vive el evento de la Encarnación de la Sabiduría de Dios

Tras el mensaje, el domingo pasado, de una alegría que se nutre en el compartir con los débiles, y ya a punto de llegar a la Navidad, nos encontramos hoy una escena muy familiar pero de gran profundidad: la visita de María a su pariente Elisabet.

Recordemos al iniciar nuestra reflexión que para interpretar los textos bíblicos debemos tener en cuenta los géneros literarios. Los relatos de la infancia de Jesús son de género teológico en lenguaje poético narrativo. La poesía, por ejemplo, sólo la podemos entender si sabemos pasar de los símbolos al mensaje que conllevan.

Aquí nos encontramos con relatos no propiamente periodísticos, sino poéticos que señalan a los contenidos que se nos quiere comunicar.

Atentos al relato, e incluso enriqueciéndolo con un poco de fantasía ornamental, buscamos saber cuál es el mensaje, el sentido profundo, que el escritor sagrado nos quiere hacer conocer. El relato es el envoltorio –el caparazón– y el mensaje es el fruto que se esconde.

María, con el anuncio del Ángel acaba de vivir en primera persona el evento de la Encarnación de la Sabiduría de Dios. Ha respondido con su Fiat. Y ahora lo primero que hace es ponerse en camino para ir a hacer compañía y ayudar a Elisabet, que se encuentra ya en el sexto mes.

La escena, tal como lo explica Lucas, es como para ponerse en actitud contemplativa. Hace tres días que la muchacha de Nazaret se puso la mochila y se fue animosa a visitar a Elisabet. La bienvenida es radiante; Elisabet empapada de la alegría del Espíritu Santo grita tan fuerte como puede: Eres la bendita entre todas las mujeres, bendita tú y bendito el fruto de tu vientre.

Y dichosos nosotros que podemos dirigir repetidamente a María la misma bendición: bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre.

Elisabet en encontrarse con la madre bendita del hijo bendito, siendo el aliento, se siente ella también bendecida por tal visita: ¿De dónde me viene a mí que venga a visitarme la madre de mi Señor? "Señor" era para los hebreos Yahvé Dios del Universo. Transportada Elisabet está diciendo a María: ¡eres la Madre del Señor, la madre de Dios!

Y María se queda durante tres meses en casa de la parienta para todo lo que pueda necesitar. Una vez Juan ha nacido, emprende el camino de regreso a Nazaret.

Así, con la visita a Elisabet comienza María su Adviento. El Adviento de María. Ya nos lo recordó el Papa Pablo VI cuando afirmaba que el tiempo litúrgico propiamente mariano es el Adviento.

A nosotros que queremos vivir bien este tiempo de espera no necesitamos buscar fantasías ni elucubraciones. Nos basta con contemplar la experiencia de María en su adviento: acompañarla a ella que se pone animosamente en camino para compartir vida y servicios familiares con Elisabet. En la alegría del encuentro, y como respuesta a la bienvenida, María se suelta y estalla en el cántico del Magnificat: Alegría, agradecimiento, alabanza... y reconocimiento del corazón de Dios en su preferencia y defensa de los pobres y los humildes. Pobre y humilde nacerá su hijo en un establo y con el pesebre de animales como cuna.

Y a propósito de la cuna de Belén: ¿habéis visitado las grandiosas pinturas murales que Josep Minguell ha plasmado en el templo parroquial de la Virgen del Alba de Tàrrega? No os lo perdáis. Son todo un tratado de teología bíblica de la historia de la salvación. En el lienzo de pared dedicado al Nacimiento de Jesús vemos a María arrodillada, reclinada hacia el interior de la cuna. Una cuna de piedra que el autor identifica con el sepulcro de Jesús. Sorprendente, pero profundo. Lucas nos dice de María que guardaba en su corazón todos los hechos de Navidad, la niñez y adolescencia de Jesús. A los cuarenta días del nacimiento de Jesús el viejo Simeón, pletórico por haber visto al Salvador, mira a María: y ti, madre, una espada te atravesará el alma. Si María es la Madre del Mesías, lo es desde Nazaret y Belén hasta Jerusalén, la cruz y la Resurrección. Y es madre nuestra porque Jesús nos ha querido asumir en su misterio de amor y salvación.

Y no sabría terminar hoy sin señalar la dedicación y calor para la Iglesia que son las mujeres. Su presencia femenina en el proyecto de la Salvación. En Adviento dos mujeres marcan el color, al pie de la cruz las mujeres están, y ante el sepulcro vacío son tres mujeres las primeras en experimentar la noticia y en anunciarla. María de Magdala se convertirá en el Apóstol de los Apóstoles. ¿Qué ha pasado, pues que la Iglesia no pueda beneficiarse suficientemente de toda la capacidad de iniciativa, de organización, de profundización, de sensibilidad femenina, de presencia humanizadora... Por suerte el Espíritu de Jesús aletea sobre la comunidad de Jesús y a pesar de todo, la mujer, con su aportación femenina está viva en el corazón de la Iglesia. Dejadme decir que para mí el Espíritu Santo es el rostro femenino de Dios.

Tipus recurs pastoral: